Un poco de nuestra historia

Mi abuela se llama Libia Vélez. Tiene cuatro hermanos, cinco hijos, siete nietos jóvenes y una nieta consentida. Y una receta de empanadas que aprendió de su abuela. Reparte su tiempo entre la jardinería, el tenis por televisión (es verdad; le encanta) y los crucigramas. El resto del tiempo lo pasa en la cocina consintiendo esos lugares de la memoria que sólo activa la comida típica.

 

Le gusta invitar a su casa. Es consciente que todos sus nietos tienen obligaciones (el trabajo, la universidad, las novias) y entiende perfectamente que el deber de las abuelas con sus nietos no consiste en ayudar a educarlos sino en saber maleducarlos. Uno o dos días antes llama a nuestras casas con un mensaje muy breve; “este jueves voy a hacer empanadas. Traigan a sus amigos”.

 

Llegamos en distintos horarios. Y entre los chismes nuevos y los chistes repetidos pasan decenas de bandejas de empanadas perfectamente crocantes.

Nos saca la llenura pues Libia podría seguir fritando hasta el fin del tiempo gracias a esa multiplicación de la energía que sólo nace del afecto. Lo dice un nieto.

 

En junio de 2010 le pedí permiso a mi abuela para convertir en negocio su fórmula secreta. Bastó un congelador  y unas pocas llamadas para empezar a llevar algo de mi familia a la casa de mis amigos. Hoy son ellos los que han hecho de Vallunas de la Abuela una presencia reconocida en familias tan particulares como la nuestra.

 

Ahora falta usted. Le agradezco que haya aceptado mi invitación (corrijo; la invitación de mi abuela). Siéntese, relájese y cómase otra empanada. Las obligaciones pueden esperar.

 

 

Simón Ferro

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